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Hay una Compostela de día y otra de noche. Y en la nocturna, hay una leyenda que vale la pena contar y que, de hecho, está íntimamente relacionada con la tradición del Camino de Santiago: la de la sombra del peregrino.
Decimos que es una historia nocturna porque para ver sus evidencias hay que mirar al caer el sol, con el apoyo de la luz eléctrica sobre los muros de la catedral. Estos son los ingredientes: nocturnidad, luz eléctrica, un poco de imaginación y voluntad. ¿Vamos?
La sombra del peregrino
Los juegos lumínicos en la arquitectura — especialmente la religiosa — son muy comunes. Muchos, como el llamado «milagro de la luz» de San Juan de Ortega, tienen unas fechas especiales, porque dependen de la posición solar. Pero desde la invención de la luz eléctrica y su expansión por las ciudades han nacido nuevos efectos. Y, con ellos, nuevas historias vinculadas a ellos.
Es el caso de la sombra del peregrino, que se produce gracias a la lámpara que ilumina el rincón de la Catedral de Santiago donde convergen las fachadas de la Puerta Real y de la girola. La luz se proyecta sobre sus muros creando el escenario y también sobre el hito de piedra que recubre el pararrayos de la inmensa torre del reloj. Y el resultado es la figura estática de un peregrino sobre el pedestal de una de las columnas que flanquean la referida puerta real.
El origen de la sombra del peregrino está, pues, bien a la vista. No tiene nada de especial, más allá de su forma perfectamente reconocible: la silueta de un peregrino con su bordón. Pero sí que se ha vinculado a una leyenda mucho más antigua, que nos habla de varios crímenes, un reo, un castigo y una maldición.
La leyenda del parricida
Ahora: ¿cuál es esa historia? La leyenda vinculada con esta sombra del peregrino habla de un joven franco llamado Léonard du Revenant que, en el siglo XV, es condenado a hacer el Camino de Santiago como pena por haber matado a su padre para hacerse con sus bienes. Algunas versiones dicen que Léonard era hijo bastardo de Carlos I el Temerario, duque de Borgoña, y que el parricidio fue contra su padre putativo, Léon de Cornu.
Sea como sea, en la historia, Léonard se encapricha de una mujer al cruzar los Pirineos. Rechazado, la viola, la mata junto con su prometido, que le planta cara, y huye. Al llegar a Compostela, y encontrando todas las posadas repletas, se ve obligado a dormir a la intemperie, apostándose junto a la Puerta Real.
Por la noche se le aparece su padre en sueños para decirle que lo ha perdonado, pero que debe pagar por el asesinato de los dos jóvenes navarros. Enfadado, Léonard saca su espada e intenta matar de nuevo a su padre, pero es éste quien le asesta un golpe mortal.
El resultado es que, desde entonces, Léonard du Revenant monta guardia ante la catedral, a la espera de que sus víctimas peregrinen a Compostela para poder perdirles perdón.
Interesa decir que este tipo de condenas a realizar el Camino de Santiago eran, de hecho, relativamente frecuentes. La historiadora francesa Adelline Roucquoi sitúa su inicio en las últimas décadas del siglo XIII en Flandes y las extiende hasta finales del siglo XVI. En su propio libro, Mille fois à Compostelle, cuenta cómo los predicadores parisinos del silo XIII aseguraban que “el demonio ha ido mil veces a Compostela”. Y, de hecho, hay multitud de documentos históricos que refieren este tipo de condenas.
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Pero, ¡atención! Hay una segunda leyenda vinculada a esta sombra del peregrino: una leyenda local.
La leyenda local: el canónigo enamorado
Si preguntas en Santiago, te dirán que la sombra no es de un peregrino, sino la de un canónigo catedralicio enamorado de una novicia del convento de Antealtares, que cierra la plaza de A Quintana en frente de la Catedral.
Este canónigo visitaba a la joven cada noche a través de un pasadizo que unía ambos edificios bajo las escaleras de la plaza. Tras un tiempo de relación oculta, el día antes de la ordenación de la novicia, el canónigo propuso que se fugasen de la ciudad para vivir libremente su amor. Se citaron a media noche, bajo la torre del reloj, pero por algún motivo, la mujer nunca apareció. El canónigo, vestido de peregrino para evitar sospechas, la espera desde entonces en silencio, noche tras noche.
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De modo que no sabemos si la llamada «sombra del peregrino» corresponde al joven canónigo de la catedral, abandonado por la novicia con la que iba a emprender la huida, o si es la del bastardo del duque de Borgoña. Lo que sí sabemos es que, siempre que haya luz en ese rincón de la plaza de A Quintana dos Mortos, la sombra comparecerá, vestida de peregrino.